Viernes, 9.30 am, Buenos Aires se derrumba gota tras gota. Desayuno en el mítico
Bar de La Esquina (Nuñez), otro de los tantos refugios porteños que nos regalan un poco de los olores de antaño. Tostadas con manteca, ensalada de frutas -era un combo tropical- y café con leche, como para no dejar a ningún invitado fuera del festín. Y ahí viene planeando el diariero, esquivando los charcos, cuidando sus ejemplares del temporal.
"¿Tenés Página?"
"No, Página no me queda..."
-¿Tanto te van compran Página por esta zona?- (pensamiento en off)
"¿Tiempo Argentino?"
"¿Cuál? No, ese no lo conozco"
"¿Y qué tenés?"
"Qué pregunta más boluda" pensé, ni bien deslicé mis ojos sobre su campera impermeable, su bolso, su gorra y sus manos, recubiertas de un sólo nombre: Clarín.
"No, bueno, dejame ese entonces si es el único que tenés". Y sí. La fuerza del monopolio te obliga a comprar lo que quiere venderte; y uno, un idealista burgués que desayuna en un bar careta de Nuñez y se siente el más progre de todos los vejestorios del salón, accede ante la derrota de su deseo.
Sin sorpresa y ante la evidencia del papel, la importancia informativa del día de la fecha juega más por el lado de la inseguridad, las boludeces que dijo Grondona y el resumen del programa de Tinelli. Claro, hay algo que llama la atención. Bah, pueden ser dos cosas. La primera: ¿ninguna de las personas que lee Clarín, que no puede salir a la calle por la inseguridad, que piensa sólo en fútbol y está alienadísimo por la basura del fenómeno Fort, está al tanto de que hoy se celebran los primeros dos matrimonios homosexuales? La segunda: ¿cómo, con qué cara y con qué dignidad profesional hace Julio Blanck para seguir escribiendo?
Para la primer incógnita sí tenemos una respuesta. No es que no les importe. No es que Clarín le dé poca importancia al asunto. Es que, sencillamente, mezclaron contenidos e hicieron un mix informativo, relegando la información del matrimonio igualitario a la televisión. TN estuvo haciendo, durante largas horas de la mañana, sus trabajos periodísticos sobre el asunto. Mientras, obviamente, en los intersticios publicitarios nunca falta ninguno de los rostros desagradables y mentecatos que vende, en su programa televisivo, uno de los tipos más vacíos de nuestra televisión, Marcelo Tinelli. Y esto no es una cuestión personal con Marcelo, sino con toda la nueva subclase de ricos y famosos, que han sabido hacerse de una herramienta de adiestramiento social a partir de su propio lugar en el estadio de los poderosos: la platea preferencial de la falocracia argentina.
Antes de seguir, ¿qué pirimbolo significa falocracia?
Falocracia, según la lengua española hace referencia a la consideración cultural de que el hombre es superior que la mujer. Podemos ahondar en la etimología de la palabra, volviéndonos vulnerables a errar en nuestra aventura lingüística, y decir que, si de latín se trata, la palabra nos remite al "gobierno de lo fálico", al "gobierno de lo sexualmente explícito".
Y eso que hay sexualidades y sexualidades. Hay sexualidades sanas, hermosas, placenteras, humanas y necesarias que constituyen nuestro Ego día a día y que, a fin de cuentas, se trata de algo bello, un acto sublime de liberación carnal y espiritual.
Por otro lado, también hay sexualidades que nos vuelven dependientes, maníacos, obsesivos, ardientes de líbido y que, también, en la medida en que no se moleste a nadie y se respete a todos, es absolutamente aceptable.
Pero en último lugar -y, sí, último en orden de importancia, porque es la más inhumana de todas las formas de expresión sexual- , existe una forma de concebir y hacer de la sexualidad un mercado, una herramienta de poder, un discurso de dominación y un ejército de miles y miles que convierten su cotidianeidad y su idiosincrasia en una apología de la misma. Esta forma de sexualidad es la que moldean y ejercen los falócratas de hoy, a través de sus mensajes machistas, su intolerancia a la diversidad y, seguramente, en algún punto de su fuero interior, su propia represión sexual. Esta nueva forma de expresar la sexualidad se funda en la representación de los géneros ridiculizados, sometidos y tergiversados al punto de restarles su dignidad natural. Así es como nos muestran a nuestras mujeres -de las más bellas que existen en este planeta- desnudas, exuberantes y vendidas al bolsillo del mejor postor, de la mejor lacra con dinero y acceso a los medios de difusión masivos. Así nos enseñan que la homosexualidad está recubierta de perversión y deformidad; que las lesbianas son machos y los gays, mariquitas. Así nos enseñan a adultos, jóvenes y niños -que, indefectiblemente, miran y reproducen lo que ven-, bajo los márgenes de una sociedad que busca en la burda exterioridad del tabú, en vez de abrir el closet y ver qué hay adentro realmente.
Me confieso, soy poco tolerante con esto. Soy partidario de que hay que prohibir a los mercaderes de la dignidad sexual de nuestra sociedad. Soy partidario de que habría que cerrar, con toda autoridad y capacidad legal, programas televisivos como los de Tinelli, Sofovich, Rial y la seguidilla de programas con distintas caras y nombres, que maman de la misma forma basura y ociosa de transmitir mensajes: con la banalidad de una élite de huecos y huecas que no saben conjugar los verbos y no tienen más gracia que pelearse, amigarse y desnudarse ni bien se levanta el telón.
Año tras año los tiempos del día a día cambian constantemente. ¿Alguien recuerda lo estrictos que eran los horarios de protección al menor? ¿Alguien recuerda algún programa de televisión que empezara en un cuarto de hora o después de la 1 am?
Hoy, las reglas de la posmodernidad nos empuja a modificar nuestro reloj biológico y con ello, también se cambian las formas de transmitir los mensajes.
Es una realidad que la ley de matrimonio igualitario asesta un contragolpe importantísimo a esta forma de expresión repugnante que nos venden de la sexualidad. No obstante, seguimos siendo presos de los mensajes infamantes e ignominiosos que desean inculcarnos desde la televisión basura y la inmensidad de espacio de difusión que disponen decenas de personajes grises y tristes, que detrás de sus concheras y slips, no esconden más que palabras triviales.
Así nos educan, así nos dominan. Así intentan subordinar a nuestras mujeres, ¡y qué paradoja viviendo en una Argentina que preside una mujer! Así los resabios del orgullos machistas, del dominio sexista y el discurso de la familia tradicional se combinan en una ensalada putrefacta -ya conocida-, que usa todo que tiene a su alcance y pone en el frente de batalla a sus paladines mediáticos, con el fin de enajenar a las masas, instaurar una idiosincrasia de subordinación de género y fomentar en la sociedad una conciencia más intolerante.
Lamenta pensar que estos personajes tengan la libertad tan incondicional de jugar con los valores y los sentimientos de la gente. Es que intentan instaurar una "subjetividad" ociosa, retrógrada y machista, a la par que retuercen uno de los tabúes fundamentales de las sociedades humanas: el de la sexualidad; aquel que nos define como sujetos sociales e instaura las normas morales y de acción que organizan nuestra vida social.
Estos tipos, los despreciables falócratas, son una herramienta del sistema. Son una forma de reproducir en nosotros los mensajes de una sociedad condenada a la represión y al desentendimiento. Son responsables de que haya tantas mujeres subordinadas, golpeadas y presas tras las paredes del prostíbulo, así como tantos hombres reprimidos, discriminados y asustados por el qué dirán.
El teléfono suena -número equivocado- y mientras tanto, en la tele, Ernesto Larrese da el "sí" convirtiendo su amor en algo que ya no está prohibido y no merece permanecer oculto. Él sumó los derechos que muchos otros ya tenían y nadie perdió nada. Quizás sí hayan perdido unos pocos que hacían de la elección sexual de Ernesto, de su elección de vida, una nota denigrante o un personaje burlesco y que ahora, ante el nuevo panorama que plantea el presente, se quedaron sin materia prima para molestar a nadie.
El diariero se quedó tomando un café y comiendo unas medialunas. Las miradas se nos cruzan y dice: "A mí me parece bien, cada uno que haga lo que se le dé la gana".
Respiro hondo y, luego de escribir estas líneas un poco cargadas de pesadumbre reflexiva, siento que la lluvia, hacia el final del día, va a parar.