26 jul 2010

En el 58 aniversario de la muerte de Eva, un muy feliz Día de la Rebeldía Nacional


Este año me decepcioné siguiendo mi instinto cabalístico basado en la numerología. Hice cuentas para determinar si la selección tenía o no posiblidades de levantar la Copa de la mano del más grande revolucionario que la actualidad mediática, inundada de falócratas repugnantes, nos regala: Diego. Busqué en las fechas, en los partidos, en los números de goles, jugadores y tarjetas y, para serles sincero, no estábamos muy lejos, si de números adivinatorios se trataba... De hecho, pese a lo mucho que le duela a mi orgullo nacional, el día que Campanella levantó a Oscar tuve una visión que, hasta el día del partido con Alemania, me pareció imbatible: "...1986, 'La Historia Oficial', Bilardo criticado, el gigante de Diego, México del 3er mundo - 2010, 'El Secreto de sus Ojos', Diego -sin nada más que mandar a guardar por carencia de miembros disponibles-, el chiquitín Messi, África pobre, plebeya y aún cicatrizando del yugo colonial inglés..." Todo parecía armónicamente dispuesto en una serie de coincidencias que, a decir verdad, me mantuvieron entretenido y esperanzado por varias semanas. No reniego de mi ingenuidad.
Hoy, luego de este preludio alusivo al mundo de la práctica numerológica, quiero rescatar de esta última, no tanto su carácter adivinatorio, sino más bien, su poderosa y sorprendente fuerza de coincidencias. ¿Es que acaso a ninguno se le erizó jamás la piel al ver o escuchar una coincidencia? ¿Nunca han caído en el irremediable dilema de entender las coincidencias como meras coincidencias o como un acto del misterioso destino? Ahorren sus respuestas, estimados estimadísimos, ya que esto no es un cuestionario, estas preguntas, para que quede claro a cualquier despistado, son absolutamente retóricas.
Claro que sí. Más de una vez se nos ha anonadado el cerebro o fruncido alguna parte de nuestro humano cuerpo al presenciar un acto de coincidencia o destino, según como lo vean unos y otros.
Hoy, retomando mi perspectiva revisionista -eso sí, en el día de la fecha amerita que lo haga- y combinándola con un poco de esta esotérica numerología, con el fin de no aburrir a los estimados lectores, quiero esbozar, brevemente, mi humilde e inconclusa opinión sobre la relevancia de este 26 de julio de 2010 y pronunciar, con un halo de vergüenza ajena sobre mí mismo, un pequeño, diminuto, saludo de homenaje a aquellos que ya no están y a quienes todavía tienen mucho que hacer en el porvenir.
A un año de diferencia, a un año de distancia, a 365 días que significaron, desde luego, conquistas y derrotas, en 1952, María Eva Duarte de Perón yacía en su lecho, vencida por la avara enfermedad, pero viva y perpetuada por siempre en el corazón de su pueblo. Por su lado, en otra parte del mapa y ya en otro tiempo, en 1953, Fidel Alejandro Castro Ruz impartía justicia revolucionaria en el Cuartel Moncada, luego de abrir fuego a su combate eterno no sólo contra el régimen de Fulgencio Batista, sino contra el Imperialismo en su vastedad.
"No valgo por lo que tengo, no valgo por mi riqueza, sino por el amor de este pueblo que llevo en el corazón". Sus palabras, las de Eva, eran la despedida en medio de la crónica de una muerte anunciada. No sólo la suya, para hacer valer la redundancia, sino también, la de los años más justos de nuestra historia como país. Más de uno, adherentes o detractores del primer y auténtico peronismo que su encontró lugar único e irrepetible, a partir del 17 de octubre de 1945, podrán, a la luz del paso del tiempo sacar su propia conclusión de la figura, la obra y la vida de Eva Duarte de Perón. Eso sí: es seguro que la historia, definitivamente, no ha requerido absolverla de ningún tipo de imputación. Ese no fue el caso de Eva, Evita, la Eva educadora de la burguesía malcriada; la Eva que supo, con su belleza andrógena, sensual y desafiante, mimetizarse con la clase desposeída no en términos de imagen, sino a partir del sentimiento de la justicia.
Distinto, muy distinto, fue -y es, gracias a no sé quién, porque en este asunto nos volvemos completamente ateos o agnósticos, si se prefiere- el momento que vivió el comandante Fidel Castro. El amanecer de un proceso revolucionario, sediento, también de justicia social, pero teñido de un carácter insurrecto que halló como única salida el camino de las armas, ante la desidia de un pequeño Estado azucarero o, visto desde otro ángulo del caleidoscopio de la historia, de un gran casino y prostíbulo del imperialismo yanqui.
Claro está y de sobra viene la aclaración que la situación argentina y cubana eran diametralmente diversas. Ambas historias, si bien comparten una raíz colonial común, la del Imperio Hispanoamericano, tomaron cursos distintos a lo largo de sus propias vidas nacionales. No obstante, la propia historia nos devela cómo la coyuntura de los años '50 fue común a la hora de engendrar enemigos tanto del pueblo argentino, como del cubano, que, más allá de las

representaciones exteriores, eran primos de una misma familia: la norteamericana. Sino repasemos, ligeramente, algunos personajes no más famosos que siniestros, tales como Spruille Braden, empresario y diplomático estadounidense, accionista de la United Fruit Company -la cual fue una punta de lanza que hincó en el Golpe de Estado guatemalteco que destituyó a Jacobo Arbenz- y la minera Braden Copper Company e histórico opositor del peronismo, conformando casi un superclásico de la nuestra historia de mediados de siglo. También podemos volver a mencionar, y no será en vano, al dictador Fulgencio Batista, "comemielda" del imperio, quien nos recurda a algún presidente boliviano que ha dejado su huella nefasta en la historia del pueblo hermano hace no mucho tiempo. Finalmente se me viene a la mente el tercer paladín de este tridente putrefacto, el sucesor del controversial Delano Roosvelt, nada más ni nada menos, que el presidente norteamericano que fue protagonista y presenció, durante sus dos mandatos consecutivos, los hechos que intentamos rememorar en estas cortas líneas -además de otros no menos trágicos, como el fin de la II GM, la Guerra de Corea y la fundación de la ONU-, Harry Truman. Tres son los dientes del arma del demonio, tres son los tristes nombres que debemos traer al cuento para no dejar pasar ni un rayo de impunidad.
Tres...

Treinta y tres años -la bíblica y santa edad del Crucificado- eran los años con los que llegó nuestra Eva al fin de sus días y al comienzo de su perpetuidad en la historia. Treinta y tres, también, eran los años del abogado Castro cuando se lanzó sin temores a estremecer la historia cubana y plantar bandera, desde la ciudad de Santiago de Cuba, de un futuro más justo, más equitativo, más humano para todo su pueblo.
¿Quién no deleita su imaginación imaginando un encuentro que no tuvo lugares, quizás por falta de razones, quizás por falta de tiempo, entre Eva y Fidel? ¿Acaso puede tener un vínculo esencial implícito en la carta que Perón eternizó el día de la muerte del Che? ¿Acaso no hubo motivos para tal encuentro, ya que Bolívar y José de San Martín habían tenido todo planeado de antemano, en sus encuentros lautarinos? No nos ahoguemos en preguntas sin respuestas. A veces es más humano imaginar -o exigir- lo imposible.
Dos historias cruzadas, ensangrentadas por un mismo sable, pero por distintas caras. Dos figuras de nuestra historia latinoamericana que, quizás, si nos detenemos a pensar, encuentran muchas más coincidencias que discrepancias, más allá del enorme vacío diferencial e histórico que separa una de la otra.
Treinta y tres años... Para ser franco, me dio un poco de estupor notar la coincidencia. Puede que sea un poco -de más- supersticioso, pero en realidad me llamó la atención la paradoja. El fin de una vida, la eternidad de una mujer única; la rebeldía de un guerrillero aplastada en un acto de amor a su patria y la producción, hasta nuestros días, del hombre nuevo. Quizás, el mismo hombre con el que habrá soñado Eva en alguna oportunidad.

Para retirarme al mundo de mi realidad mundana, para concluir con este fantaseoso análisis numerológico, si de alguna manera absurda puedo llamarlo, les comparto unas palabras de un verdadero revolucionario de la trova, quien puede ayudarme a dar un afectuoso saludo de respeto a aquellos con los que estamos de por vida agradecidos por la luz de su ejemplo
y, del mismo modo, para otros tantos que en la actualidad, día a día, siguen levantando las banderas que fueron confeccionadas, allá, por el '52 y el '53.

Somos prehistoria que tendrá el futuro,
somos los anales remotos del hombre.Estos años son el pasado del cielo;
estos años son cierta agilidad
con que el sol te dibuja en el porvenir...
son la verdad o el fin, son Dios.
Quedamos los que puedan sonreír
en medio de la muerte, en plena luz.




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