Como muchos, veía este proyecto con mirada reacia, muchas veces con críticas y ataques. Tal vez haya sido por una cuestión de crecimiento y falta de madurez; resulta más fácil y cómodo ir en contra de todo que apoyar un modelo concreto y viable. Hasta que la realidad me rodeó, se apropió de mí y me obligó a abrir los ojos. Me di cuenta de que es este el camino. Y ya segura de mis acciones a futuro, sucedió esta gran pérdida.
Nunca creí que la muerte de una persona ajena a mi círculo íntimo me causaría tal marea de sensaciones y sentimientos. Apenas me enteré de lo sucedido, no podía entender lo que leía. No puede ser, pensaba una y otra vez, no, no puede ser. Me quedé dura, reflexiva, todavía dormida, sin saber qué hacer ni decir. Era un estado de puro asombro. Ni siquiera las lágrimas atinaban a asomarse.
Fue la plaza la que me salvó del pozo de angustia en el que iba cayendo lentamente. Un abrazo fuerte de un amigo, un encuentro con compañeros, una palabra de aliento, una mirada. De a poco ese dolor se iba transformando en fuerza, en esperanza. Era reconocer en el otro lo que le sucedía por dentro a uno; verse reflejado en el otro. Ese reconocimiento en tanta gente era el que te secaba las lágrimas y las transformaba en ganas de luchar. Fue -ES- sentir que se puede, que vale la pena, que somos muchos con ansias de cambio, con sed de victoria. Esa plaza llena de pueblo me levantó el espíritu. Esa plaza de la cual no me podía ir, no me podía desprender, funcionaba como un calmante de alma y corazón. Necesitaba estar ahí, compartir el dolor y llenarme de fuerza para seguir adelante.
Es el momento, hoy más que nunca, de luchar, apostar por este proyecto popular y pelear por un cambio social. Cambio que comenzó allá hace unos años y hoy continúa con mucha más fuerza. Pero somos nosotros, todos nosotros, sos vos y soy yo, los encargados de profundizarlo. Tenemos en nuestras manos la llave que nos llevará a la victoria. Adelante!
Lo voy a recordar, lo voy a extrañar y seguir llorando, lo voy a honrar, celebrar y reír. Pero por sobre todas las cosas, le digo Gracias Néstor.
Compañera, tenemos un camino largo que andar. Me siento afortunadísimo y feliz que lo recorramos juntos.
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