11 ago 2010

El Ocaso de las Taser

La épica mediocre de la política porteña se remite, indefectiblemente, a la mediocridad de la clase media cosmopolita que inunda con su individualismo cualquier acto genuino de reivindicación. Somos culo sucio, somos inconscientes, somos culpables y víctimas al mismo tiempo. 
Seguido a este mediocre -sí, tengo la palabra adosada a la mente- intento de prólogo, resulta indispensable meter ojo y sacar punta del tema central que da vida a esta nota: el derrumbe de Villa Urquiza y cómo esta situación puede, no sólo cristalizar la derrota política del actual Jefe de Gobierno, sino además, con mayor dificultad, puede hacer entrar en razón -aunque sea un poquito- a nuestra sociedad porteña y modificar nuestra cultura Cromañón. Porque, digo, no basta con que ocurran los siniestros, despachemos a unos políticos, palo y a la bolsa. No basta con cambiar las figuritas de una serie de ineptos que se hacen del poder del Estado, en su carácter de representantes, para que dejen de ocurrir los infortunios que se suceden cada día, en mayor y menor escala. No hace falta que se caiga un edificio o que se incendie un boliche para darnos cuenta de que no existe conciencia por nuestro cuidado, ni entre nosotros, ni mucho menos desde el Estado. Las evidencias se visualizan todo el tiempo, a la vuelta de la esquina, a la luz del día y la noche. 
Ahora bien, puede que muchos acordemos en que la médula de este problema no reside en las caripelas que se postulan como candidatos, sino más bien, que hay un problema estructural, de raíz, que hace a nuestra idiosincrasia indiferente, individualista y despreocupada. Hay algo que nos ciega o nos hace pasar por alto muchas advertencias y es el grado de alienación que sufrimos, tristes porteños, despojados del arrabal, con cada vez menos Buenos Aires Querido. 
No obstante, sí comparto la visión de que hace falta una nueva generación de militantes, comprometidos desde el vamos, en cambiar no sólo la forma tradicional de hacer y ver a la política, sino además, de hacer uso de sus capacidades como gobernantes en pos de transformar, en primer lugar, la realidad objetiva que vive la sociedad en las calles, y luego, con mayor dificultad, de inculcar algún mínimo sentido de conciencia por preservarse a uno y a los otros. Sí, claro, muy idealista el asunto. Muy lejos se encuentra esta perspectiva de los hechos que rozan con la realidad. No hay horizontes claros de cambio real en el escenario actual. Y quizás, seguramente, esto tenga que ver con la falta de sangre joven entre tanta vena vieja y putrefacta. 
Volviendo a lo antes dicho, es interesante analizar un poco el hecho del derrumbe de Villa Urquiza. Podemos discernir varios factores que se han conjugado en una acción paradójica que ha dejado a la vista varios problemas ya conocidos, pero que recién ahora se pueden entender bajo una misma mirada. Por una parte, tenemos el millonario y peligroso negocio inmobiliario que viene invadiendo nuestra ciudad, cada vez, con mayor fuerza. Villa Urquiza -al igual que otros tantos barrios porteños- es una de las zonas que más ha sufrido del auge de las torres. De hecho, con caminar unas cuadras por Triunvirato u Olazábal uno ya puede darse una idea al respecto. 
Por otra parte tenemos la incapacidad y la falta de voluntad política de los inspectores que responden al gobierno local para tomar las medidas necesarias a la hora de verse frente a alguna irregularidad. Esto quizás tenga algún tipo de correlato en el circuito de billetes, que van y vienen, entre empresarios inmobiliarios, políticos o los híbridos más peligrosos: los empresarios inmobiliarios que además -de paso- son políticos. 
Finalmente, y como si fuera poco -y mucho menos, desconocido- está la desidia del Estado. El Estado que, en gran parte, en funcional a este monstruo de edificios y excavadoras. Y ni hablar del caso de los monigotes que tenemos como representantes que son capaces de reformar el foot de un terreno para hacerlo edificable o de hacer vista gorda ante una irregularidad fatal, a cambio de un vuelto miserable. 
Todas estas aristas se han combinado en santa jauría para acabar con la vida de unos jóvenes y, sea de paso, para dejar sin vivienda a muchas otras familias.
Esta es, según varios, la gota que rebalsa el vaso de agua podrida -del Riachuelo, preferentemente- que representa la torpe trayectoria de Mauricio Macri, desde su iniciación en la vida política porteña. 
Por momentos uno puede pensar que, más allá de haber logrado ser electo Jefe de Gobierno y haber triunfado en las elecciones de 2009, el tipo estuvo maldito desde el inicio. Entre campaña sucia, entre el cierre de espacios culturales, entre desalojos, UCEP, espionaje e inundaciones, la verdad es que el mandato PRO ha tenido una asistencia perfecta en la lista de derrotas. 
Seguramente esté haciendo falta algo más que encarar el juicio político por el lado de las escuchas y las llamadas perdidas. Macri es culpable no sólo de la red de espionaje en la que se vio involucrado, sino que es culpable de profundizar el deterioro de la salud pública, de la educación, del cierre de espacios culturales, de los desalojos de decenas de familias, de la falta de infraestructura en la ciudad. Y digo "culpable de profundizar" porque este bigote arrepentido es la punta del iceberg que podemos ver en la coyuntura actual. Los problemas que hacen a la vida de nuestra ciudad vienen arrastrándose hace años y la mejor manera de revertir la situación es tomando conciencia, todos, desde nuestro lugar de vecinos y ciudadanos porteños. 
Reitero, no basta con enjuiciar a cada uno que desfile momentáneamente por la casa de gobierno porteña. No basta con liquidar la imagen de Macri, como muchos intentamos que así sea. Los perfiles de la corrupción y los sinvergüenza se reproducen como conejos en el seno de una sociedad individualista e indiferente. Y con esto digo que existen problemas estructurales que  sujetan las negligencias de las que nosotros mismos somos víctimas y victimarios.
Eso sí; hoy más que nunca los amarillos y negros están sudando como chanchos por la mala jugada que se les puede venir, a partir del "autojuicio". Claramente, más allá de los  intentos payasezcos de poner al gobierno de la ciudad como "garante" en el juicio a la empresa constructora involucrada en el derrumbe de Urquiza, la situación actual está poniendo en amenaza el ciclo Macri. Y ojalá así sea. Muchos no quieren más que verlo fuera del lugar que ocupa. Muchos se han arrepentido de regalarle el voto (benditos sean). Muchos otros, seguramente, sigan apostando al modelo de ciudad PRO, a puro ritmo de picana. Más allá de todos, entendemos que hoy por hoy, la prioridad es no darle la oportunidad a estos impresentables para que sigan haciéndose del poder y comenzar a buscar, entre los millones que convivimos dentro de los límites de la General Paz, a aquellos que sí tengan la voluntad de transformar la realidad porteña y quizás, ello implique, aprovecho para señalarlo, dejar de ser tan unitarios y culosucios.


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