5 nov 2010

Sudáfrica: política, estadios y pobreza

   Sudáfrica ya no es el centro del mundo. Ya no se ve el reflejo del sol al atardecer sobre el imponente estadio Soccer City de Johanesburgo. Los periodistas no comentan una y otra vez las medidas de seguridad impuestas por el gobierno para procurar un Mundial pacífico, ni tampoco su dificultad para cenar a altas horas de la noche.
   El Mundial de fútbol es el evento más visto en todo el mundo, y la final de este ha sido el suceso con más televidentes en toda la historia: 800 millones, según números de la FIFA. Ha superado la del 2006, con aproximadamente 600 millones. El fútbol es un negocio que no para de crecer y a sus dirigentes poco les importa a qué costo.

   John Carlin saltó al estrellato con su libro “Playing the enemy” -El Factor Humano-. En él da una visión distinta al fin del apartheid y el regreso de la democracia en Sudáfrica, tomando el Mundial de Rugby de 1995 como punto de inflexión para la estabilidad del nuevo régimen liderado por Nelson Mandela. El libro, por momentos casi de ensueño, plantea avalado por el mismo Mandela, que el Mundial fue utilizado como una herramienta para la consolidación del proceso de transformación. Devolver la competencia internacional a los Springpoks, prohibida durante el apartheid por la IRB, sostener el nombre su Springboks y organizar el Mundial fueron una suerte de moneda de cambio con los blancos en la búsqueda de la paz y unificación sudafricana. Pese a los opositores en su partido, Mandela sostuvo su postura de organizar el evento y de apoyar a los Boks. Hollywood se aprovechó del éxito del libro, y lanzó “Invictus” en la que se escenificó la reunión entre el capitán del equipo François Pienaar y el presidente electo. La política y el deporte fueron de la mano y culminaron en el ya famoso “Nelson, Nelson” el día de la final.
Los negros no serán bienvenidos cuando jueguen los Books

   Pero el camino para la reconciliación recién estaba comenzando. Muchos esperanzados de un suceso parecido al del ’95 soñaban con un Mundial de Sudáfrica 2010 similar a aquel de rugby. La situación era completamente diferente. Los Bafana-Bafana eran un equipo muy débil, estaban en un grupo muy duro y se fueron eliminados en primera ronda. Pero al menos deseaban una renovación del vínculo, que relance las esperanzas para un país en deuda, con una inmensa diferencia social. Los jugadores de su selección caminaron por la calle el día previo al último partido con Francia y fueron ovacionados por todo aquel que se cruzaban en el camino.

   Joseph Blatter obtuvo la reelección por el voto de los países africanos. Debía saldar su deuda y organizar el primer Mundial en el continente. Los dirigentes sudafricanos querían producir otro efecto como el de 1995. Que esta vez sea la Sudáfrica blanca la que ceda ante la negra. Mostrar al mundo que Sudáfrica estaba cambiando, que podía organizar un evento de esta magnitud, como si fuera un verdadero parámetro de avances. Las condiciones eran harto diferentes. El costo del Mundial fue alrededor de los 4.200 millones de dólares, destinado a rubros como mejoras en el transporte público, construcción y refacción de estadios y seguridad. Los periodistas se quejaban que uno podía ingresar al centro de prensa de Johanesburgo “con una bomba” por la falta de controles. Las instalaciones y la conectividad a Internet eran precarias. Los traslados entre las ciudades dificultosos. Comparaban Sudáfrica con Alemania y marcaban todo tipo de diferencias. Excepto en los estadios. El Soccer City es un estadio para 95.000 espectadores sentados. Solo estuvo lleno en dos oportunidades, en la apertura con el local y en la final entre España y Holanda. Ya no se llamará más Soccer City, ni estará infestado de vuvuzelas. El First National Bank, que quiere hacer valer su contrato hasta 2014, anunció que el Soccer City retomará su viejo nombre de FNB Stadium. Pero Stadium Management South Africa, la nueva compañía que explotará el escenario, dijo, sin embargo, que el nuevo nombre del Soccer City será National Stadium (Estadio Nacional). El rugby acepta mudar su templo de Ellis Park a Soccer City, pero su patrocinador, Absa, otra banca poderosa, no quiere que los Springboks jueguen en un estadio que lleve el nombre de su principal competidor.

   Otros estadios conflictivos son el Green Point, de Ciudad del Cavo y el Mbombela, de Nelspruit. El primero, hermoso, tuvo un gasto récord y su mantenimiento será la carga más pesada en los impuestos para los contribuyentes de la ciudad. El segundo, está construido en el medio de la nada, que en verdad es la pobreza de Mataffin, una aldea con casas muy precarias, sin energía ni luz y cuyos habitantes aguardan que se cumplan las promesas de trabajo que incluía la construcción del Mbombela. Dos escuelas debieron cerrar para su construcción, que sólo albergó cuatro partidos del Mundial. El estadio, según calculó David Smith en The Guardian , costó 171 millones de dólares. A razón de 43 millones por partido, 475.000 dólares por minuto jugado.

   La seguridad era el segundo gran aspecto a maquillar por parte de la dirigencia sudafricana. Dispuso de aproximadamente cien mil policías en la calle. Tribunales y leyes especiales. Se hizo conocido el caso de Themba Makubu, que cometió el primer robo de su vida en pleno Mundial, un teléfono celular. En un juicio de 20 minutos, le impusieron una pena de 5 años de carcel. A la FIFA, un día antes del inicio del Mundial, la eximieron de impuestos para que hiciera en Sudáfrica el mejor negocio de toda su historia. Los pobres que habitan en los alrededores del estadio Mbombela siguen sin luz y sin agua, pese a las promesas. Llegó a tiempo con el estadio, pero probablemente tras sus cuatro partidos, pase a ser un gigante abandonado, al igual que otros más. La prensa se enorgullecía de sus estadios de “primer mundo” pero olvidó que los standeres de primer mundo no son los estadios, sino la salud, el trabajo, la justicia y la educación.

   Finalizado el Mundial, la conclusión de gran parte de la prensa fue “se puede organizar un Mundial digno en un país subdesarrollado, con altísimos niveles de marginalidad y criminalidad -provocados por la primera-. No se vio la inseguridad de la que tanto se hablaba, y blancos y negros pueden llevarse bien. Auguramos un gran futuro para Sudáfrica”. La contradicción del Mundial de Sudáfrica 2010 no fue sólo en dónde se organizó. En España, la campeona del mundo, el día previo a la final hubo en Barcelona una masiva marcha por la independencia de Catalunya. Al día siguiente todos estaban reunidos en Canaletas festejando el triunfo español. Xavi y Puyol sacaron una banera catalana en medio de los festejos. El presidente Zapatero también quiso aprovechar la euforia para distraer la atención de la crisis económica. El domingo 28 de noviembre se celebrarán las elecciones para la renovación del Parlamento de Catalunya, y aún no se sabe si el Barcelona-Madrid será ese domingo o deberá postponerse al lunes. En España el sueño por la unificación duró menos que en Sudáfrica. En España, la política también quiso usar al fútbol para disimular la realidad.

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